Cuando no hay duda, no dudes. Tras lo acaecido el 14 de julio en Niza (Francia), la Prensa española se hizo eco de esta noticia: “La Policía ordena a sus agentes que disparen sin dudar en caso de atentados yihadistas”. Según los medios de comunicación, la Comisaría General de Seguridad Ciudadana estaba ordenando la impartición de cursos destinados a los funcionarios de la Policía Nacional que desarrollan sus quehaceres en unidades radio-patrulla y similares. Los periodistas informaron, igualmente, que tanto los policías nacionales como los guardias civiles “disponen de un decálogo que les explica qué hacer en caso de masacre o si un terrorista lleva un cinturón explosivo”.
Imágenes del brutal asesinato de un policía en París el día del atentado yihadista contra el periódico ‘Charlie Hebdo’ en 2016
Muchos policías se están quejando de la orden de disparar contra los terroristas islámicos
Que esta información está desde entonces en los periódicos es tan cierto como que algunos policías nacionales están recibiendo supuestos cursos al respecto. Digo supuestos, porque ni a todos los agentes y mandos les están participando la antedicha formación, ni todo lo que se está haciendo puede denominarse curso. En unos casos porque pegar 4 tiros de salvas con una escopeta no puede tildarse de instrucción antiterrorista; en otros casos porque disparar cartuchos de postas desde 50 metros de distancia con un cañón corto es de chiste; en otros casos porque abrir fuego con la pistola desde 40 metros es un despropósito, si el tirador a duras penas acierta desde 7 metros; y en otros casos porque gastar cartuchos del 7,62×51 mm con un Cetme es una locura, si el blanco está situado a 300 metros, teniendo en cuenta que los que están usando las armas no son hábiles y seguros tiradores en rangos cortos. Es lo que le comentaba ayer a un compañero: si no eres capaz de hacer sin faltas ortográficas copiados y dictados en español, cómo demonios te puedo exigir redacciones en ruso cirílico, si yo mismo no sé quién era Cirilo.
Pero lo que me llama la atención es que muchos policías se estén quejando de la orden de disparar contra los terroristas islámicos. Flipo por varios motivos. A ver, antes se reclamaba más concreción y menos tibieza al tratar estos temas, pero superada la reclamación, exigimos más: que nos lo den por escrito, con rango de ley. Oye, la verdad, yo no pediría tanto, pero lo agradecería. Algunos policías, normalmente los más listos y preparados de la clase, están levantando la mano y protestando. “Esto que nos están obligando a hacer en nuestras galerías y en los campos de tiro de los militares, no tiene ni pies ni cabeza”, me confiesan, estupefactos, tanto conocidos como desconocidos. Y es que, según me narran casi a diario, algunos instructores no saben manejar según qué armas de dotación, desechándolas en favor de aquellas herramientas que mejor manejan, para, a tenor de lo que oigo, esconder sus carencias y justificar dietas y destinos.
Y oye, en virtud de lo visionado en los vídeos clandestinos que me hacen llegar, puede que algo de verdad haya en todo lo anterior. Porque oír como un instructor le ordena a un policía que asuste al malo montando el arma dentro del coche, aunque el malo (blanco de tiro) se halle a 50 metros, tiene mucha guasa. Como tampoco se quedó corto aquel otro director de tiro que enseñando cómo utilizar los parapetos, aplaudía y felicitaba a los policías que disparaban desde detrás de un muro asomando todo el cuerpo, a excepción de una pierna. Si eso es adiestrar en aras de salvar vidas, yo soy el obispo de Fernando Poo.
A uno todavía le cabe la esperanza de que los aparentados que se disfrazan de marines sean los menos, si bien me consta que hay viciosos del despropósito que ni siquiera tratan de disimular u ocultar sus miserias y mentiras. Menos mal que sé que existen adiestradores bien formados y cargados de conocimientos y de buenas intenciones, aunque no abundan. ¡Qué poquitos buenos hay, hijo!
Pero retomando el origen de estos párrafos, ¿acaso hay que dudar en disparar, cuando no hay duda de que hay que disparar? ¿Es que solamente habría que tirar sin dudar contra terroristas yihadistas? Pienso yo, y creo que es muy saludable pensarlo, que si un delincuente común o un enfermo mental intentaran rebanarle el pescuezo a un policía, éste debería dispararle sin dudar. ¿Querían decir las altas jerarquías policiales con tal noticia periodística que ante un atracador de farmacias hay que pensarse si disparar o no, aun estando la vida de un funcionario en peligro (o la de una vieja que por allí pasara), porque el delincuente no grita ‘Al-lahu-àkbar’, incluso sosteniendo en sus manos un AK-47, un machete o un revólver? Espero que ningún agente se tope con un yihadista mudo, porque de lo contrario alguien podría morir mientras se duda si tirarle o no tirarle, por no saberse si se está frente a un terrorista o solo ante un bastardo cualquiera más.
Al igual que un terrorista, un delincuente armado y violento no dudará en matarte si se te cruzas en su camino . Imágenes del atentado terrorista en un centro comercial de Nairobi en 2013.
En definitiva, que cuando la integridad física de un policía (o no policía) se encuentra en claro e inminente peligro, como consecuencia de acciones deliberadas o imprudentes emanadas de otros semejantes (o incluso de otros animales), resulta racional y legal defenderse con aquello que se tiene a mano, siempre que el útil empleado sea capaz de frenar la acción hostil. Por tanto, cuando una vida está en riesgo no hay que dudar en disparar, se esté ante un demente fugado de la loquería, ante un cornudo escopeta en ristre o ante un malnacido yihadista ansioso de conocer a sus vírgenes. Y ojito, que esto no lo digo yo, lo dice reiteradamente la jurisprudencia del Tribunal Supremo. Lo que ocurre es que la lectura jurídica resulta más tediosa que la lectura de los titulares de prensa, y ahí le duele a la peña.
Atención a esta explicación sobre la legítima defensa. Hay que meditar sobre ella, es muy buena. Es meridianamente clara. Hasta el portador de un cerebro raquítico tendrá que admitir la calidad, lucidez y elocuencia de la definición ofrecida por el catedrático alemán de Derecho Penal Claus Roxin; si bien yo mismo se la he atribuido erróneamente, alguna vez, al profesor De Rivacoba y Rivacoba: “El defensor debe elegir de entre varias clases de defensas posibles aquella que cause el mínimo daño al agresor, pero no por ello tiene que aceptar la posibilidad de daños a su propiedad o lesiones en su propio cuerpo, sino que está legitimado para emplear, como medios defensivos, los medios objetivamente eficaces que permitan esperar con seguridad la eliminación del peligro”. La cita, ciertamente propiedad intelectual del jurista teutón, viene siendo pronunciada, reiteradamente, por el Tribunal Supremo de Alemania.
Roxin, con 85 años de edad, es catedrático emérito de Derecho Penal y Derecho Procesal Penal de la Universidad de Múnich, y ostenta casi una veintena de doctorados Honoris Causa. En noviembre de 2014 fue reconocido por el Ministerio de Justicia de España con la Orden de la Cruz de San Raimundo Peñaflor, por su influencia en la reforma penal española. Claus Roxin es, sin duda alguna, uno de los penalistas contemporáneos más destacados del mundo.
Por último y para cerrar este texto, me gustaría que vieran el siguiente video donde se recoge el testimonio de Juan Cadenas. Espero que los gandules alérgicos a la lectura puedan invertir unos minutos en oír lo que dice este policía jubilado. Solo hay que tener los oídos limpios y las seseras despejadas de pelusas. No es mal hábito meditar y poner en duda las cosas que chirrían, por más que las esputen algunos profesores, mandos e iguales de empleo.
Ahora que Juan Cadenas conoce la realidad de las cosas, ha llegado a comprender que lo engañaron y que nunca lo entrenaron bien (en realidad pegó pocos tiros en la galería y cuasi deportivamente). Ahora que lee sobre la dinámica de los enfrentamientos armados entre «Homo sapiens», ha descubierto que las lecciones que recibió sobre la legítima defensa eran una colección de falsedades. Aunque tarde, ya sabe que hasta contra una pedrada gorda en la cabeza puede y debe abrir fuego.
Texto: Ernesto Pérez Vera